IDENTIDAD CULTURAL: NOSOTROS Y LOS OTROS
La IDENTIDAD
CULTURAL no es algo "natural" ni automático. La identidad es la
representación de quiénes somos y como toda representación surge de un proceso
de construcción y "aprendizaje" social. Al mismo tiempo, no tenemos
una sola identidad sino varias identidades de acuerdo con el plano en que nos
situamos: identidad individual (el yo), de clase, religiosa, étnica,
nacional... etc. Por lo tanto, las identidades no son fijas, van cambiando
históricamente y contextualmente.

Cuando nos
encontramos en grupos que comparten los mismos códigos culturales, tendemos a
percibir nuestros rasgos identitarios como "auténticos" y
"normales" y al de los otros grupos como "extraños". Esta
actitud se conoce como etnocentrismo: consiste en juzgar a las culturas otras
de acuerdo con nuestras pautas, en valorar positivamente la propia cultura y
desvalorizas a las demás. Cuando más
compartidos son los códigos culturales, más homogénea es la identidad del
grupo. Y viceversa: cuanto mayor diversidad de códigos, más heterogénea y variable
es la identidad.
Siempre que
construimos una identidad ponemos en práctica una división porque, al mismo
tiempo , estamos construyendo también una ALTERIDAD; al representarnos a
nosotros mismos estamos imaginando siempre a un "otro" que queda por
fuera de esa representación. Este juego de inclusiones y exclusiones se conoce
como FRONTERA SIMBÓLICA y constituye siempre una zona imaginaria donde tienen
lugar significaciones que están en permanente negociación.
- La nación
es una categoría cultural, vinculada con las fronteras políticas de un estado,
reales o posibles (argentino, británico).
- Un grupo
étnico es una categoría cultural que se apoya en las costumbres y prácticas que
son transmitidas de generación en generación, incluso en el lenguaje (en
nuestro país, por ejemplo, la etnia Wichí).
- La clase
es una categoría económica que se define en relación a la propiedad de los
medios de producción (capitalista, burguesa, proletaria)
Éstas no son
las únicas, existen otras, como por ejemplo, la categoría de GÉNERO, que
también fue problematizada, sobre todo en las últimas décadas del siglo XX.
Nosotros en esta unidad vamos a abordar sólo las tres primeras porque nos
resultan útiles para deconstruir la idea de PUEBLO.
Al respecto,
Wallerstein dice "nada parece más evidente que la identidad o el concepto
de pueblo", la falta de cuestionamiento de la idea de pueblo condujo a
fenómenos como el racismo y el chauvinismo (ó patrioterismo, la creencia
narcisista que se apoya en el mito de que el país al que uno pertenece es el
mejor en cualquier aspecto). Las cuatro categorías sólo adquieren sentido en
cuanto se ponen en diálogo con el pasado, con la identidad. Son, por ello,
problemáticas.
LA IDENTIDAD
CULTURAL DE LOS ARGENTINOS
La identidad
cultural argentina es una representación que se construye sobre tres
operaciones:
- se asume
el caudal inmigratorio europeo
- se suprime
la herencia de los pueblos originarios
- se
invisibiliza el mestizaje
Nuestra
cultura es mestiza, producto de una mezcla que no puede reducirse a la amalgama
entre español e indígena. incluso, no existe una sola cultura indígena, a pesar
de que los españoles englobaron con una sola palabra, "indio", a una
multiplicidad de culturas. Nuestra
cultura es también mestiza por el aporte africano: cuando los españoles
comenzaron la actividad productiva, trajeron numerosos grupos de esclavos. Del
mismo modo, el caudal inmigratorio experimentó diferentes oleadas de muy
diversos orígenes (europeo, asiático, de países limítrofes, etc).
Desde la
perspectiva de varios autores (Segato, 2002; Grimson, 2006; Caggiano, 2007;
Halpern, 2007; Belvedere y otros, del mismo año) este mestizaje no es producto
de una simple hibridación, sino de un largo proceso de homogeneización en el
que algunos aportes fueron asimilados, suprimidos e invisibilizados. En este
proceso, el Estado Nacional participó activamente en la construcción de un
horizonte de sentido de "lo nacional", apoyado en instituciones como
la escuela y el servicio militar obligatorio; pero también en procesos de
exterminio concretos, como la campaña al desierto del s. XIX.
Todos los
autores mencionados sostienen que el
proceso modernizador que se inició con la generación del ´80 y se
extendió durante la mayor parte del siglo XX tuvo como eje fundamental una
política de borramiento de las diferencias que demandó a las minorías étnicas
el abandono de todo rasgo cultural como condición de acceso a la ciudadanía.
Dice Rita Segato que en la construcción del “nosotros nacional argentino” hay
también una fractura inicial entre la capital- puerto y la provincia- interior
que funciona a modo de frontera entre la civilización y la barbarie, entre lo
moderno y lo arcaico, que terminó
definiendo hasta el día de hoy todo un sistema de lealtades políticas, posturas
intelectuales y gustos estéticos (2002: 40- 49). La argentinidad entonces se
habría conformado como una gran “etnia artificial” (2002: 58).
A partir de la década de 1930 asistimos al
comienzo de un proceso de visibilización del inmigrante regional, proveniente
de países limítrofes. La incipiente industrialización también atrajo a las
masas migratorias desde las zonas rurales hacia los centros
metropolitanos. Así nació una típica
metáfora migratoria, la del “aluvión zoológico”.. Más tarde se irán asentando
otros calificativos de corte más racista, como el de “cabecita negra”, que
apuntaban a todo el que denotara la herencia indígena americana o africana
(Belvedere y otros, 2007: 41). Durante los 90 este proceso de visibilización se
intensificó y además adquirió específicamente un signo negativo contra el inmigrante
regional: fue culpado por la crisis económica, la falta de empleo, la
inseguridad, la decadencia del sistema sanitario, entre otros males (Segato,
2002; Halpern, 2007 y Caggiano, 2007a). La percepción resultante sería aquella
que arraigó fuertemente en el sentido común de la época: estamos siendo
“invadidos” por los inmigrantes provenientes de Perú, Paraguay y Bolivia.
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